jueves, 28 de mayo de 2015

Jesús el emigrante: una reflexión para nuestros días a partir de Rut

"Respondió Rut: No me ruegues que te deje, y me aparte de ti; porque a dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios." (Rut 1:16 RVR1960)

Los pueblos no son solamente los que están físicamente, sino los que se han ido, los que permanecen aún estando fuera. Aquellos que, por los avatares de la vida, se ven obligados o se sienten motivados a explorar nuevos rumbos; no por desprecio a su patria amada, sino al coste del dolor de abandonar lo suyo (y los suyos) para transitar por el camino de la adaptación. Camino difícil, oscuro a veces, que depara sorpresas inesperadas y encuentros cercanos con alegrías y tristezas, sin control de cuál de estas será la próxima en llegar.  

Ahí, en ese tránsito hacia lo inesperado, se encuentran miles de puertorriqueños cuyo destino ha sido interceptado por un aeropuerto, espacio que se ha convertido en un trampolín o válvula de escape inevitable. Nuestra emigración masiva presente, no es sino un giño que la historia nos ha hecho, acordándonos aquellas familias que antaño emprendieron el mismo camino, en la misma búsqueda de bienestar. Hoy, igual que en aquellos tiempos, unos gozan del éxito encontrado; otros se encuentran en el día menos pensado, acostumbrándose al sabor amargo de un experimento fallido, del "no me salió bien", del eterno "nunca pude regresar".

Y ese sabor amargo me acuerda la historia bíblica de Elimelec y su familia (Rut  1:1-5). Elimelec, al igual que muchos hoy, sale de su lugar en búsqueda de bienestar. El hambre de Belén lo lleva a las tierras de Moab. Allí llega con su esposa Noemí y sus hijos, sin saber seguramente, que nunca volvería a ver su tierra, que sus hijos tampoco, y que su esposa emprendería un camino de regreso que anunciaría esperanza, aún en la más cruenta situación como lo era la viudez en aquellos días. Es fácil explicar quizás, la esperanza y la alegría que supone emprender un camino hacia lo nuevo, trazar en el canvas de lo imaginado los deseos de construir un lugar, un hogar, un espacio donde la familia pueda atar nuevos lazos y disfrutar de la satisfacción de haber progresado. Lo complejo es entrar en el cuarto de la decepción, de la frustración que provoca saber que el viaje emprendido no resultó. Es allí, donde la esperanza es más necesaria que nunca. 

La desfortuna de Elimelec ciertamente me recuerda a los emigrantes que no tienen éxito, aquellos que su realidad nunca se encontró con sus sueños. Aquellos que llegaron a pasar más dolores que alegrías. Aquellos puertorriqueños que se fueron y no protagonizan primeras planas, porque no hay mucho que decir. Entonces creo que la Biblia se encuentra también con ellos y, similar al Sermón del Monte de Jesús, llora con los que lloran. Elimelec es aquel hombre de "Boricua en la Luna" de Corretjer, aquel que "se quedó sin regresar", que "reventó en un taller". Elimelec es aquel protagonista de "Mi Viejo San Juan", quien quizás en sus últimos días cantó igualmente "ya la muerte me llama. Y no pude volver...".

Los hijos de Elimelec y Noemí tampoco volvieron. No sabemos su historia, pero no estarían solos en el renglón de hijos sin regresar. No ya de aquellos que se quedaron por voluntad, sino de aquellos que atrapados en una cárcel, ahogados en el subempleo, víctimas de prejuicios y condiciones que serían imposibles de explicar, nunca regresan. Allí quedó Noemí con sus nueras, y la dura decisión de emprender un camino de regreso. Allí, acompañada por la fidelidad de Rut, regresa. Allí nace la esperanza, no del regreso propiamente, sino de la salvación, de la redención, de la intervención divina.

Rut es redimida y su familia no queda desamparada, la historia pasada fue dura, pero no triunfó la desgracia, la esperanza de un nuevo camino se plantó en aquella familia. En ese nuevo camino se cuela el salvador. La descendencia de Rut nos trae a Jesús. Al redentor que nace de emigrantes. Entonces creo que Jesús, el descendiente de una extranjera, de una historia de emigración fallida, puede entender a todos aquellos que emprenden dicho viaje. Creo que Jesús nos anuncia que siempre hay esperanza aunque el presente nos traiga malas noticias. Creo que la esperanza de la redención está presente para aquellos que se van, aquellos que les va bien, y aquellos que les va mal. 

El mismo Jesús que cuando niño también tuvo que emigrar, huyendo a Egipto para evitar la muerte, trae esperanza. Aquella esperanza que nació de una historia complicada nos lanza esperanza a nuestro presente. Creo en el Jesús que puede sentarse en el aeropuerto con mis hermanos puertorriqueños que se van. Creo en el Jesús que puede buscar empleo con ellos, que puede llorar la mala noticia, que puede entender la resignación, que incluso puede acompañar en el camino de regreso. Creo en Jesús el emigrante, aquel que en su linaje cargaba las experiencias del pasado, aquel salvador que puede redimir cualquier historia. Que redima la nuestra, la de nuestro pueblo, la de aquellos que están presentes y aquellos que permanecen aún estando afuera. 

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