viernes, 30 de octubre de 2015

Lecciones de guerra en una batalla de ideas


Tomado de The second world war in 100 objects online

Lo siguiente es una traducción de un fragmento de una conferencia brindada por Ravi Zacharias en el año 2000. La conferencia fue en Georgia Tech, y se tituló de la manera en que está titulada esta columna. Traduzco esto porque creo que hay grandes lecciones sobre las cuales necesitamos reflexionar. Hay grandes retos para la intelectualidad cristiana y la academia cristiana. Como académico, creo que se nos va la vida si no reflexionamos, y nos dirigimos a tomar un rol más activo como académicos cristianos. Espero que sirva para pensar.


[…basado en esto] he enmarcado el título de mi charla, “Lecciones de la guerra en una batalla de ideas”. Quiero que puedan entender dónde recae realmente la batalla y cómo luce el rostro del reto.
He elegido esta metáfora, además, por una experiencia reciente. Este verano estábamos en Francia para una conferencia y visitamos las playas de Normandía. Mi hijo de 19 años es un amante ardiente de la historia militar y estaba muy interesado en visitar Normandía. De manera que fuimos a varias playas –Juno, Utah y Omaha – y mientras caminábamos por los museos y cementerios estábamos muy impresionados por la realidad y el costo del desembarco del Día-D y la batalla de Normandía. Nos dio a todos una pausa para pensar cómo el mundo fue marcado y rescatado por la valentía de aquellos que estuvieron dispuestos a pagar con sus vidas. Hubo muchas lecciones que tomé de allí y de mis lecturas de los buenos libros sobre el tema, del historiador Stephen Ambrose. Permítanme enfatizar solo tres de estas lecciones.
La primera fue esta. Mientras las fuerzas tocaban la arena, ellos habían sido instruidos de, no importando cuán severo fuera el ataque o cuán rudos fueran los bombardeos, ellos tenían que continuar moviéndose. Lo peor que podían hacer era quedarse quietos. “No se queden quietos abrazando la arena. Manténganse moviéndose aún bajo una lluvia de balas o habrán dos tipos de personas: los muertos y los que están a punto de morir.”
Qué lección representa eso para nosotros en un tiempo en que el evangelio está bajo tal ataque en la academia. Nosotros tampoco debemos quedarnos atrás abrazando la tierra; debemos continuar moviéndonos. Preguntas surgen. Los retos nos saturan. La burla reina. Las caricaturas sobran. La cultura está llena de confusión. Hay una nube de cinismo rondando sobre nosotros. No debemos sentarnos atrás y quedarnos inmóviles. Debemos movernos adelante.
Hay una segunda lección que fue aprendida y que yo piense que nosotros, como hermanos cristianos que venimos de tantas disciplinas diferentes, vamos a entender. Una de las estrategias que los aliados utilizaron cuando descendieron en el campo francés fue utilizar muñecos de goma realistas a los cuales le ataron paracaídas, y que tenían explosivos dentro de ellos; de manera que cuando tocaban tierra explotaban o la gente les disparaba. Cientos de miles de estos muñecos fueron lanzados simultáneamente en diferentes lugares para provocar el fuego de los alemanes. Muchos alemanes gastaron municiones valiosas en esos soldados con paracaídas, sin darse cuenta que le estaban disparando a muñecos de goma. El ataque real estaba tomando lugar en otro lado, mientras esos paracaidistas falsos estaban gastando el arsenal y la artillería del ataque alemán.
Yo movía la cabeza incrédulo viendo la aplicación obvia para el cristianismo. Me pregunto si cuando estemos frente a Dios, el momento más doloroso será cuando escuchemos cuánto de nuestro tiempo gastamos disparándole a muñecos de goma, cuánta energía del alma y de la mente desperdiciamos en asuntos distractores y gente, mientras el verdadero saqueo está desarrollándose en lugares neurálgicos sin vigilancia.
La tercera lección fue de este incidente: un comandante llegó a la playa a darle órdenes a uno de sus capitanes. Señaló a una granja en la cual estaban atrincherados un puñado de soldados alemanes, cuyos disparos estaban siendo letales a los aliados. Había, de hecho, muchos viejos y bien construidos edificios de Normandía que proveían un lugar de asalto para los alemanes. Cuando se le pidió al capitán que atacara uno de esos edificios y lo ocupara, el capitán, lleno de miedo, le dijo a su comandante: “yo no sé cómo tomar un edificio como ese”. El comandante lo miró, un poco aturdido y le preguntó: “¿Usted no sabe cómo tomar un edificio?”. Él respondió: “No, señor”. El comandante le dijo, “deme tres o cuatro de sus hombres, un par de granadas, siga disparando y observe. Esta es la única ocasión en que voy a mostrarle cómo tomar un edificio ocupado por el enemigo.” Resaltando en esta increíble confesión del capitán, Steven Ambrose, en su libro sobre el Día-D, dijo esto: “La pregunta más grande es ¿cómo una persona pudo llegar a ser capitán no saber cómo tomar un edificio?”. El capitán tenía grandes destrezas en manejar espacios abiertos, playas grandes, pero no sabía cómo capturar un edificio pequeño donde había suficientes armamentos para destruirlos a todos.
¡Qué lección para nosotros en el entrenamiento teológico! Mucho de nuestro estudio ha sido para prepararnos para tomar espacios abiertos, llegar a las masas, cuando muchos se han quedado sin el entrenamiento para saber cómo tomar fortalezas y bastiones donde las ideas son opuestas a las ideas del Evangelio. La academia es el lugar donde los jóvenes cristianos y tal vez hasta facultad encuentran temibles tareas para las cuales no estamos preparados.

A parte de esas lecciones, un ingrediente que jugó un rol vital en la victoria de los Aliados fue su recopilación de inteligencia – saber cómo diferenciar entre lo que es cierto y lo que es falso. Wiston Churchill lo puso en estas palabras: “La cosa más valiosa en el mundo es la verdad; de hecho, es tan valiosa que muchas veces es defendida por un guardaespaldas de mentiras.”

jueves, 3 de septiembre de 2015

La educación del disparo


La conversación que aparece en la foto no debe ser extraña para nadie. Los tiroteos tan comentados de estos días entre los residenciales de Monte Hatillo, Monte Park y Berwind provocaron mi reacción; especialmente cuando vi el comentario de mi amiga Sheila, una maestra en una escuela al lado de Monte Hatillo. Lo triste es que me remontó a mi niñez. Me llevó a los años noventa en la escuela elemental de Las Vegas en Cataño donde más de una vez nos sacaron de la misma por amenzas de tiroteos, ¿La razón?: la maldita guerra entre residenciales.

Así nos criamos muchos. A la merced de la "misericordia" de un narco que se cree menos malo porque llama a una escuela para avisar que un tiroteo es inminente. Como si se fuera menos violento al sacar a los niños del salón. Como si se ganara una indulgencia al "salvarle la vida" a los pequeños que no cogerán el tiro, pero serán heridos por la falta de educación. Como si no fuera un trauma el tener que irse a casa a rápido antes de que caiga la lluvia de balas.

Los estudiantes de Sheila llegaron a contarle que durmieron en el piso, que los encerraron en closets, que los metieron debajo de la cama. ¡En CLOSETS! Y podríamos cerrar los ojos y pensar que ese es otro país. Podemos intentar escapar la realidad y caer en la negación, pero no: ese es el país que construimos, ese es el que tenemos.

Vivimos en un país donde hay niños que los sacan de la escuela para que no los alcance un tiro. Se supone que la teoría era al revés. Se supone que la educación los salvara, pero no es así, no en el país que vivimos. Vivimos en un país donde algunos tendrán que resignarse a eso porque no pueden tener algo mejor. Y no, no es que no quieren. Es que no podrán cambiarse de escuela, ni podrán mudarse de casa, ni podrán evitar ver la guerra que viven sus vecinos. Están destinados a aprender a sobrevivir, a batallar en un lugar donde aún impera la ley del más fuerte.

Y a ellos probablemente les exijamos que se hagan profesionales. Que echen pa'lante porque eso depende de uno. A ellos les diremos que dejen de vivir del cuento, y del gobierno, y de nosotros. A ellos les vamos a exigir que les guste estudiar y no deserten. A ellos les vamos a exigir que no se queden en la calle, que no agarren un arma, que no delincan, que no se maten en las calles. Les exigiremos porque creemos que nada de lo que vivieron en la niñez afecta. Les exigiremos igual que a los otros niños que nunca escucharon un tiro más allá de verlo en la televisión. Les pediremos que aspiren a lo más cuando la sociedad les dio lo menos.

Y no, no creo en el determinismo. No creo que porque seas de X o Y lugar vas a ser X o Y tipo de persona. Sé que todas las circunstancias pueden ser superables. Sé que se puede superar la adversidad. Sé que más de uno pensará, y me dirá: "tú saliste de ahí", "tú te superaste", "tú echaste pa'lante". El problema es que no podemos aspirar a tener un país que viva agarrándose de uno o dos que lograron "salir", lo que sea que eso signifique. No podemos aspirar a un país que mal forme una generación y que de diez salga uno que logre tener un mejor futuro. No podemos tener un país que dependa de que una golondrina haga verano.

Nos alegramos mirando al muchacho que "salió del caserío" y se hizo profesional, y se nos olvida que la mayor parte de los que se criaron con él no lo lograron. Muchos de mis amigos están presos o muertos. He vivido la desgracia de encontrarme amigos de mi niñez en la luz pidiéndome dinero. He sufrido la desgracia de saber que el chamaco con el que jugaba una cocinita lo mataron. He vivido la experiencia amarga de ver estudiantes morir por la misma situación.

Gracias a Dios muchos no les ha pasado esto, pero es grandemente injusto que sean tantos. Es injusto porque no le pasa igual a los que, por las razones que sean, tuvieron acceso a una mejor formación cuando pequeños. Es injusto porque no le pasa igual a los que tienen más recursos económicos. Eso se llama desigualdad. No podemos tener un país desigual donde las oportunidades dependen de cuánto se tenga en el bolsillo. No podemos tener un país donde el dinero sea determinante para una buena educación, para una vida en paz. No podemos tener un país donde un tiro te prive de un salón de clases.

Tristemente muchos de esos estudiantes de Sheila hoy tuvieron la educación del disparo. Hoy, después de pasar una noche de terror, fueron a la escuela para recibir una lección más de cómo cuidarse, de cómo sobrevivir. Y si no lo arreglamos pasarán muchas noches y días de esos. Y luego les exigiremos que den lo que nunca les dimos.

jueves, 28 de mayo de 2015

Jesús el emigrante: una reflexión para nuestros días a partir de Rut

"Respondió Rut: No me ruegues que te deje, y me aparte de ti; porque a dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios." (Rut 1:16 RVR1960)

Los pueblos no son solamente los que están físicamente, sino los que se han ido, los que permanecen aún estando fuera. Aquellos que, por los avatares de la vida, se ven obligados o se sienten motivados a explorar nuevos rumbos; no por desprecio a su patria amada, sino al coste del dolor de abandonar lo suyo (y los suyos) para transitar por el camino de la adaptación. Camino difícil, oscuro a veces, que depara sorpresas inesperadas y encuentros cercanos con alegrías y tristezas, sin control de cuál de estas será la próxima en llegar.  

Ahí, en ese tránsito hacia lo inesperado, se encuentran miles de puertorriqueños cuyo destino ha sido interceptado por un aeropuerto, espacio que se ha convertido en un trampolín o válvula de escape inevitable. Nuestra emigración masiva presente, no es sino un giño que la historia nos ha hecho, acordándonos aquellas familias que antaño emprendieron el mismo camino, en la misma búsqueda de bienestar. Hoy, igual que en aquellos tiempos, unos gozan del éxito encontrado; otros se encuentran en el día menos pensado, acostumbrándose al sabor amargo de un experimento fallido, del "no me salió bien", del eterno "nunca pude regresar".

Y ese sabor amargo me acuerda la historia bíblica de Elimelec y su familia (Rut  1:1-5). Elimelec, al igual que muchos hoy, sale de su lugar en búsqueda de bienestar. El hambre de Belén lo lleva a las tierras de Moab. Allí llega con su esposa Noemí y sus hijos, sin saber seguramente, que nunca volvería a ver su tierra, que sus hijos tampoco, y que su esposa emprendería un camino de regreso que anunciaría esperanza, aún en la más cruenta situación como lo era la viudez en aquellos días. Es fácil explicar quizás, la esperanza y la alegría que supone emprender un camino hacia lo nuevo, trazar en el canvas de lo imaginado los deseos de construir un lugar, un hogar, un espacio donde la familia pueda atar nuevos lazos y disfrutar de la satisfacción de haber progresado. Lo complejo es entrar en el cuarto de la decepción, de la frustración que provoca saber que el viaje emprendido no resultó. Es allí, donde la esperanza es más necesaria que nunca. 

La desfortuna de Elimelec ciertamente me recuerda a los emigrantes que no tienen éxito, aquellos que su realidad nunca se encontró con sus sueños. Aquellos que llegaron a pasar más dolores que alegrías. Aquellos puertorriqueños que se fueron y no protagonizan primeras planas, porque no hay mucho que decir. Entonces creo que la Biblia se encuentra también con ellos y, similar al Sermón del Monte de Jesús, llora con los que lloran. Elimelec es aquel hombre de "Boricua en la Luna" de Corretjer, aquel que "se quedó sin regresar", que "reventó en un taller". Elimelec es aquel protagonista de "Mi Viejo San Juan", quien quizás en sus últimos días cantó igualmente "ya la muerte me llama. Y no pude volver...".

Los hijos de Elimelec y Noemí tampoco volvieron. No sabemos su historia, pero no estarían solos en el renglón de hijos sin regresar. No ya de aquellos que se quedaron por voluntad, sino de aquellos que atrapados en una cárcel, ahogados en el subempleo, víctimas de prejuicios y condiciones que serían imposibles de explicar, nunca regresan. Allí quedó Noemí con sus nueras, y la dura decisión de emprender un camino de regreso. Allí, acompañada por la fidelidad de Rut, regresa. Allí nace la esperanza, no del regreso propiamente, sino de la salvación, de la redención, de la intervención divina.

Rut es redimida y su familia no queda desamparada, la historia pasada fue dura, pero no triunfó la desgracia, la esperanza de un nuevo camino se plantó en aquella familia. En ese nuevo camino se cuela el salvador. La descendencia de Rut nos trae a Jesús. Al redentor que nace de emigrantes. Entonces creo que Jesús, el descendiente de una extranjera, de una historia de emigración fallida, puede entender a todos aquellos que emprenden dicho viaje. Creo que Jesús nos anuncia que siempre hay esperanza aunque el presente nos traiga malas noticias. Creo que la esperanza de la redención está presente para aquellos que se van, aquellos que les va bien, y aquellos que les va mal. 

El mismo Jesús que cuando niño también tuvo que emigrar, huyendo a Egipto para evitar la muerte, trae esperanza. Aquella esperanza que nació de una historia complicada nos lanza esperanza a nuestro presente. Creo en el Jesús que puede sentarse en el aeropuerto con mis hermanos puertorriqueños que se van. Creo en el Jesús que puede buscar empleo con ellos, que puede llorar la mala noticia, que puede entender la resignación, que incluso puede acompañar en el camino de regreso. Creo en Jesús el emigrante, aquel que en su linaje cargaba las experiencias del pasado, aquel salvador que puede redimir cualquier historia. Que redima la nuestra, la de nuestro pueblo, la de aquellos que están presentes y aquellos que permanecen aún estando afuera. 

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