viernes, 6 de junio de 2014

El país de los pedazos

           "Tin marín de dos pingué, 
            Cúcara mácara títere fué." -canción infantil popular

Todos lo jugamos. Todos en algún momento de nuestra niñez, pusimos los pies juntos antes de comenzar un juego y echamos suertes. Decidimos turnos y posiciones al son de "tin marín", para luego separarnos. Echábamos suertes para creernos más justos, pero nuestra democracia lúdica solo nos servía de escondite para tapar nuestra incapacidad de decidir. Y así crecimos, y con esa misma tranquilidad y risa, hemos dejado que el país se nos vaya de las manos.

No hay nada nuevo que pueda escribir para decir que nuestro país ha perdido el rumbo, y que vamos, sin miedo a ser negativo, caminando sin meta, sin idea de lo que queremos. Lo sabemos. Lo leemos en los periódicos, analistas y comentaristas nos digieren la noticia con el sabor y el enfoque que querramos, lo sentimos y sufrimos en nuestros bolsillos y hasta hemos llorado la separación de muchos de los nuestros. Sin embargo, creo que colectivamente no hemos sabido madurar, la niñería se nos ha pegado al cuerpo y jugamos a ser país; en vez de tomar desiciones, echamos suertes y en vez de enfrentar nuestros problemas, pedimos que alguien nos resuelva. 

Somos un país de pedazos, una aglomeración de ideas desconectadas una de la otra; somos el producto de una colección de planes que nunca tomaron en cuenta el plan anterior. No digo que el país está hecho pedazos, digo que está compuesto de ellos; tenemos demasiadas versiones de un Puerto Rico ideal y no hemos logrado armonizarlas. 

Ahí está la versión de Muñoz y su idea del país. La más duradera sin duda, pero la más exprimida. Su versión sobrevivió a costa de matar las otras como el nacionalismo. El país muñocista es quizás el más abusado, porque es del que se agarra cualquiera. Basta con citar al vate para tener porte de líder y recibir algunos aplausos. 

Pero nos han dejado muchas versiones: un Puerto Rico Libre, el estado 51, un país de ricos, de pobres, de clase media, un país religioso y cristiano, un país secular y ateo, un país rojo, azul y verde, un país agricultor, un país industrial; son demasiadas versiones, pero todas inconclusas. Unas tropezando con otras. ¿Cómo superamos un país tan dividido? ¿Cómo logramos unirnos sin claudicar nuestras ideas y visiones? ¿Cómo nos enfrentamos a un futuro común? ¿Cómo dejar un legado a las próximas generaciones sin contagiarlos con nuestra compulsión hacia la división? ¿Cómo le enseñamos a nuestros hijos que el otro no es menos que yo porque piensa distinto?¿Cómo hacemos que este pedazo de tierra tan amado, sea el lugar donde querramos vivir y no solo visitar en navidades o verano?

Ciertamente hace falta voluntad y madurez, pero hace falta que salgamos de nuestras trincheras y podamos ver que los demás no nos son ajenos. Llega el momento en que tenemos que dejar de tomar desiciones como niños, y que agarremos el timón del barco. No es posible levantar un país que cuando las cosas salen mal, busca en el político el culpable, pero que escoje su liderato al ritmo de "tin marin". No es posible levantar un país que sigue amarrado al partidismo, al culto a la imagen, vendiéndole el alma al mejor postor, creyéndole al primer demagogo que se hace llamar defensor del pueblo, que vive entretenido y que fomenta la división. 

Ojalá y podamos entender la escritura en la pared y actuemos. Ojalá y nuestros líderes también lo entiendan. Ojalá y podamos hacernos nosotros todos responsables de levantar el único país que tenemos: nuestra patria. Ojalá, ojalá podamos unir todos esos pedazos que nos componen, que nos han dejado. Ojalá podamos algún día, por fín, construir un solo país.


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