martes, 30 de noviembre de 2010

Mi hijo: herencia de Dios

Los hijos son una herencia del Señor, los frutos del vientre son una recompensa. (Salmo 127:3, NVI)

Dios nos ha visitado, no puedo decir otra cosa. Hace una semana mi hijo Jarek cumplió seis meses y todo ha cambiado. Mi casa está adornada con balbuceos, llantos, sonrisas y miradas pícaras. Por alguna razón desde que nació siento que Dios está más cerca que antes; no es que antes no estaba, pero algo cambió.

Dios ha diseñado las cosas perfectas; fuera de él no hay nada y no hace falta nada. Ese mismo salmo nos explica que si Dios no construye la casa, de nada sirve que trabajen los constructores. Podemos estar confiados de que estaremos bien si Dios está cerca. La llegada de Jarek me acercó más a Dios. Ha sido una bendición descubrir la herencia que Dios me ha dejado. Mi hijo es la herencia de Dios.

Cada sonrisa que veo de mi hijo es mi oportunidad de ver a Dios. La oportunidad de respirar su alegría, su inocencia, su deseo de descubrir, de crear, de moverse, de alegrar, de sonreir, de conocer, todas son oportunidades de respirar un poco de Dios. Ese ha sido su regalo. Una herencia viva, un regalo, una bendición, una recompensa que no sé si merezco.

Siento la responsabilidad de cuidar esa herencia, como campo grande y fértil. Su herencia me permite sembrar un nuevo mundo. Me permite la oportunidad de cambiar la maldad del mundo con inocencia. Mi hijo es tierra fértil, heredad de Dios para sembrar amor, fe, esperanza. Sin embargo de alguna manera, mientras trato de sembrar algo bueno en él, su reflejo de Dios siembra en mí parte de la esencia de Dios.

Dios nos visitó. Nos dejó una herencia, y le pusimos Jarek...
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