jueves, 9 de junio de 2016

El brusco despertar: Puerto Rico ante su cruda realidad


El sueño de la razón produce monstruos. Francisco de Goya y Lucientes. Grabado. 1799.




"El sueño de la razón,
produce monstruos"

Puerto Rico ha vivido un largo sueño y hoy despertó bruscamente. Hoy vivimos uno de esos días que muchos niños en el futuro tendrán que memorizar para algún examen. Uno de esos días que duran más que su tiempo cronológico, porque su importancia hace que mucha gente lo vuelva a visitar. La decisión del Tribunal Supremo de Estados Unidos sobre el caso de Sánchez Valle sirvió para que mucha gente confirmara lo que sabía, y otros escucharan (o leyeran) aquello que habían rehuido por años: Puerto Rico es una colonia de Estados Unidos y El Estado Libre Asociado muere de facto. Sin embargo, la decisión del Supremo fue acompañada por la aprobación en la Cámara de Representantes del Congreso del proyecto PROMESA, que no es otra cosa que la designación de una Junta de Control Fiscal para Puerto Rico, junto con un mecanismo de reestructuración de la deuda para que los bonistas de PR puedan cobrar.

La acumulación de cientos de años bajo una estructura política colonial ha provocado que el escenario político local se convierta en un espacio más de entretenimiento que de pensamiento real sobre los problemas que nos aquejan. Las ideologías son más bien un banderín de cháchara y fiesta que un motor para mover causas y lograr cosas. Desde la llegada de Estados Unidos a Puerto Rico en 1898, el acomodo político partidista ha permanecido casi intacto: aquellos que promueven una unión definitiva con Estados Unidos, los que promueven mantener una relación de dominio, con el nombre de relación amistosa o de mutuo acuerdo, y los que promueven la independencia. Es este último renglón que creo ha despertado bruscamente. 

La primera parte del siglo XX puertorriqueño no tuvo un activismo independentista que marcara una gran diferencia. No es hasta la entrada de Pedro Albizu Campos al ruedo político activo que el independentismo cobra fuerza real. Su decisión de luchar por la vía armada logró no pocos adeptos y ciertamente en más de una ocasión puso en aprietos al gobierno colonial. La gran persecusión de ese gobierno junto con el gobierno estadounidense sobre el independentismo logró que disminuyera el activismo masivo. La llegada del Partido Independentista Puertorriqueño conformó el partido político independentista de mayor influencia. Sus figuras, especialmente la de Rubén Berríos Martinez, lograron calar en el pueblo como líderes interesantes. Sus posturas en diversas áreas, políticas, sociales, económicas, han sentado pauta para legislación. La oratoria de muchos de esos líderes ha sido grandemente halagada. Pero eso no sirvió de mucho. 

El independentismo pasó de ser un sector perseguido, pero unido, a ser un sector dividido. Las múltiples facciones del independentismo boricua diluyeron aún más la propia causa por la que luchaban. Ganó, por muchos años, la propaganda del cuco; el miedo hacia la independencia corrió por la libre mientras los líderes y partidos independentistas decidían quién tenía el sartén agarrado por el mango. El Partido Popular descubrió esto muy temprano, y ganó mil contiendas electorales tomando prestado un voto que, de todas maneras, estaba abocado a no ganar. Las nuevas generaciones se formaron viendo al PNP y al PPD pelear por la administración de la colonia, viendo al PIP filosofar, y viendo a un grupo de sectores independentistas no electorales bandearse de un lado a otro sin calar en el pueblo.

Mientras tanto, el país se fue destruyendo poco a poco. Al inicio nos decían que la independencia nos traería la miseria y la miseria nos tocó a la puerta primero que la propia independencia. Los partidos coloniales perdieron toda la credibilidad. La fanfarria electoral se fue derrumbando a medida que también el país se fue vaciando. El mito del ELA se fue exponiendo cada vez más, dejando claro y contundente que somos una colonia de Estados Unidos. El imperio se quitó la máscara y nos dijo sin problemas que sí, que éramos un territorio, que lo demás era un cuento que ya no tenía utilidad seguir contando. Habló el congreso. Habló el Supremo. Habló el Ejecutivo. Nos dijeron de mil maneras que esto se acabó. En fin, se sentaron las bases perfectas para que el país se levantara y reclamara lo que por muchos años debió reclamar: gobierno propio, soberanía, independencia. Pero eso no pasó.

Durante todo ese tiempo, aquellas veinte facciones independentistas nunca llegaron a las masas. Nunca se preocuparon por educar al pueblo, que ciego por la fiesta electorera, nunca creyó otra cosa que no fuera la campaña de terror sobre la independencia. Nunca llegó una campaña que dijera con qué se come la independencia. Nunca llegó a las masas el mensaje claro de las ventajas del gobierno propio, de la relación comercial con otros países, de la viabilidad de la libertad. Nunca se desmintió. Basta con llegar a cualquier salón de clases, escolar o universitario, y preguntar sobre el tema para darse cuenta del gran desconocimiento de la mayoría.

Y así nos agarró la mañana y la tarde del 9 de junio de 2016. Se cumplieron los deseos que generaciones anteriores hubieran matado por ver. La colonia se quedó desnuda. Hoy debiéramos estar organizando los reclamos masivos para la descolonización. Si hubiéramos hecho el trabajo de educar al pueblo, hoy no estaríamos cuestionando cuál es la alternativa. Sin embargo, hemos dormido mucho y hoy nos despertaron. Hoy todos los sectores despertaron bruscamente a una realidad que llevaba rato sentada a nuestro lado. La trascendencia del día de hoy tendrá que ser estudiada tanto por lo que pasó como por lo que no pasó. Tendremos que estudiar cómo llegamos hasta aquí y por qué después de tanto, no hicimos nada. Por qué en el momento más crucial, la independencia no había avanzado un palmo. 

No obstante, aún hay tiempo. Ojalá y después de escuchar tantas vistas congresionales, después de ver tantos titulares, después de ver que todos los mitos se cayeron, después de este brusco despertar encontremos el lugar que nos corresponde, agarremos el timón y de una vez y por todas decidamos nosotros cuál es el rumbo que debemos tomar. 



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